POR QUÉ NOS GUSTA TANTO EL FÚTBOL

Con semejante título  no es necesario que me confiese futbolero orgulloso y aprovechando el inicio de las competiciones me gustaría  tratar el tema que dicho título anuncia.

 

La cuestión es que el fútbol sigue triunfando a pesar de todo lo que lo pueda hacer antipático (lo obsceno de los sueldos de algunos jugadores, la especulación económica que lo rodea, la estupidez de la mayoría de los periodistas que lo comentan, de ciertos jugadores y la de muchos de los aficionados, siempre proporcinal, no lo olvidemos, a la estupidez general de toda la humanidad...).

 

La propia naturaleza de este deporte, con tanteos  más bien exiguos (en el fútbol podemos ver un buen partido... ¡sin un solo gol!) o el que no se  acometan grandes gestas como el ciclismo o las maratones podrían hacerlo menos atractivo, pero no ocurre así.

 

La adscripción a unos colores, es decir: el sentirse integrado entre semejantes con un interés común;  o la representación simbólica de un conflicto entre dos ejércitos, en la que tomamos partido por uno de ellos, están también presentes en otros deportes y no constituyen un hecho diferencial.

 

¿Qué razones hay entonces para que la gente pierda la cabeza por el deporte de las patadas?

 

Algunas de ellas han sido expuestas innumerables veces:

El hecho de que un partido pueda cambiar por completo en un solo segundo o la posibilidad de que un equipo menos dotado a nivel físico y técnico pueda ganar a otro, en teoría, mejor lo hacen  un deporte imprevisible y singular.

 

La cantidad ingente de trabajo colectivo necesario para obtener un gol, algo que de alguna manera nos hace identificar ese trabajo con nuestra labor diaria y dota al gol de un valor muy elevado.

 

La suerte, por la que a veces el gol lo consigue quién no ha trabajado lo suficiente para ello, algo parecido a la lotería, que también le toca a quien no ha hecho nada para conseguir el premio pero con quien siempre nos identificamos. Asimismo nos alegramos del gol de nuestro equipo lo merezca por su trabajo o no.

 

Pero a estas razones voy a añadir otras que jamás he oído a nadie  pero que me rondan la cabeza desde pequeño, cuando vi mi primer partido en vivo.

 

 

La primera es que el campo es verde, pero verde de hierba, verde natural. Cuando vi un campo de nivel, con el césped en buenas condiciones (el viejo Zorrilla de Valladolid) me impresionó el color, la luz, el brillo de un pasto tan bien cuidado en mitad del asfalto de la ciudad. El verde de la hierba produce un efecto relajante, una conexión ancestral con la naturaleza, una paz que contrarresta en algún grado los estímulos violentos que se sufren en la grada (si el terreno de juego fuera de cemento habría muertos todas las jormadas). ¿A quién que haya visto un partido en vivo no le ha dado la tentación de bajar al césped, desplegar un mantel y hacer una merienda sobre el prado?

 

Y otra cuestión importante pero que pasa desapercibida: se juega con una esfera, la forma de mayor perfección para algunos antiguos griegos y el cuerpo de mayor eficiencia energética de la naturaleza. Muchos dirán que casi todos los deportes se juegan con una esfera, ya, pero es que esta esfera se maneja con los pies (habilidad circense) y además rueda sobre la hierba, unas veces tratada con cariño y otras con violencia, pero siempre con pericia a cargo de los jugadores si no con maestría y auténtico arte.

 

El ver rodar del balón sobre el césped ya es fascinante de por sí, basta con que el balón ruede para que nos produzca deleite, que entre o no en la portería no es para tanto.

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Comentarios: 2
  • #1

    Jesus Trask (miércoles, 01 febrero 2017 22:17)


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  • #2

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